El astrónomo y profesor de Harvard, Avi Loeb, identificó ocho anomalías en el cometa interestelar 3I/ATLAS que supuestamente demostrarían su origen tecnológico.
Para Loeb, un defensor de la búsqueda de civilizaciones extraterrestres, la primera de estas particularidades es que el objeto celeste apuntó su «anticola hacia el Sol», algo extremadamente raro, interpretado por el científico como un posible indicio de maniobra inteligente, pues normalmente los cometas desarrollan colas opuestas al Sol debido al viento solar.
Seguidamente se refirió a su «alta masa y velocidad», ya que a pesar de contar con unas 33 mil millones de toneladas, el cometa se desplaza a 200.000 km/h, superando la velocidad de otros objetos interestelares previamente detectados. Para Loeb este contraste entre masa y rapidez resulta inusual y plantea interrogantes sobre su dinámica.
Como tercera anomalía el astrónomo refiere una «trayectoria alineada con el plano eclíptico», que quiere decir que la órbita del cometa está alineada con un margen de apenas 5 grados respecto al plano donde giran los planetas. Loeb calcula que la probabilidad de que esto ocurra por azar es de una entre 500, una coincidencia estadísticamente notable.
Posteriormente analizó sus «encuentros precisos con planetas», destacando su paso cercano a Marte, Venus y Júpiter con un margen tan estrecho que algunos científicos lo consideran un “ajuste extraordinario de la trayectoria”, sugiriendo un control externo o una precisión excepcional.
El quinto elemento extraordinario del objeto interestelar es su «composición química atípica», ya que la columna de gas detectada contiene níquel, tetracarbonilo y cianuro, pero carece de hierro y presenta solo un 4% de agua, contrastando con las expectativas habituales sobre la composición de cometas. Loeb destaca que algunas de estas aleaciones son utilizadas industrialmente en la Tierra.
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Seguidamente el profesor analizó su «polarización negativa extrema», debido a que la luz reflejada por 3I/ATLAS muestra una polarización de −2,77% en un ángulo inusual, con un cambio de signo más temprano de lo esperado. Esta firma óptica, concentrada y negativa, no tiene precedentes en cometas del sistema solar ni en objetos interestelares previos, revelando asimetrías en su forma o composición nunca observadas.
La séptima y penúltima anomalía detectada por Loeb, es su «dirección coincidente con la señal ‘Wow!'», que indica que la dirección de origen del cometa apunta aproximadamente a la misma zona del cielo donde en 1977 se detectó la señal de radio “Wow!”, un evento astronómico nunca explicado en su momento.
Por último el científico estadounidense, de origen israelí, advierte del «cambio de comportamiento en su cola», ya que paso de una anticola hacia una cola convencional tras acercarse al Sol, lo que podría interpretarse como una maniobra de desaceleración controlada.
“La hipótesis que se plantea es que 3I/ATLAS es un artefacto tecnológico y, además, que tiene inteligencia activa. Si ese es el caso, se abren dos posibilidades: que sus intenciones sean absolutamente benignas o malignas”, advirtió Loeb al respecto.
ANOMALÍAS NO SERÍAN SUFICIENTES PARA DEMOSTRAR SU ORIGEN TECNOLÓGICO
Para el grueso de la comunidad científica, estas anomalías no prueban por sí mismas su origen tecnológico, pero Loeb las considera suficientes para incluir al cometa en un nivel de observación donde se plantea formalmente la hipótesis de inteligencia.
Aun así, reconoce que la explicación más probable sigue siendo natural: un cometa extremadamente raro y peculiar.
Al 3I/ATLAS lo detectaron el 1 de julio de 2025 con el telescopio ATLAS en Chile, marcando la llegada del tercer objeto interestelar confirmado en nuestro Sistema Solar después de 1I/Oumuamua en 2017 y 2I/Borisov en 2019.
Su núcleo, estimado en 20 kilómetros de diámetro, y una masa aproximada de 33.000 millones de toneladas, lo transforman en el objeto interestelar más grande registrado hasta la fecha.
El cometa es considerado una auténtica cápsula del tiempo: con aproximadamente 10.000 millones de años, es más antiguo que nuestro vecindario cósmico, que tiene 4.600 millones de años.

