Por María Laura García
Mucho de lo que me sucedió esta semana, me llevó a reflexionar sobre un tema tan viejo como el tiempo: la resistencia que todos mostramos ante el cambio. ¿Por qué nos cuesta tanto soltar? Nos resistimos a los designios de la vida, o de Dios, que —para quienes tenemos fe— lo tiene todo perfectamente organizado. Solo entendemos este “plan” o diseño cuando pasa el tiempo, y vemos cómo todo se va decantando de manera perfecta, reacomodándose de un modo que termina sendo, incluso, mejor de lo que esperábamos.
Y, muy a pesar de tenerlo claro por experiencias previas, nos perdemos de disfrutar el trayecto porque vivimos en una resistencia permanente desconfiando de lo bueno que nos puede estar esperando. Nos enfrascamos en no dejar ir a las personas, un trabajo, o situaciones que seguramente ya caducaron.
Peleamos amargados contra el destino, exigimos respuestas inmediatas, buscamos los porqués en lugar de ponernos “manos a la obra” y accionar para encontrar lo que verdaderamente nos pertenece, conviene y en consecuencia, será para nuestro bien.
Nos cuesta fluir. Al menos a mí me cuesta mucho ¿A ti? Nos cuesta permitir que el Creador o la vida nos de lo que verdaderamente necesitamos. ¿Cómo podemos aprender a ir menos cargados emocionalmente? ¿Cómo podemos confiar sin pretender tener las respuestas o las soluciones de manera inmediata? Definitivamente, en este momento de angustia, recuerdo porque ya lo he vivido antes que la clave no está en el conformismo, sino en la confianza radical para actuar, en búsqueda de mejores opciones para tapar los huecos o vacíos que nos dejan las pérdidas y vicisitudes cotidianas.
La psiquis del apego: ¿Por qué nos aferramos?
Según expertos, nuestra tendencia al apego tiene raíces profundas en nuestra psiquis, pues en el fondo todos tenemos la necesidad neurótica de controlar o poseer para sentirnos seguros.
El cerebro humano ama lo predecible, por ello, insisto, cuando perdemos un trabajo, un amigo, una pareja o la vida nos obliga a variar una rutina, el cerebro lo interpreta como una pérdida de seguridad y detesta el vacío. Si amigos, nos aferramos a lo conocido porque lo nuevo nos genera ansiedad. Esta resistencia es un mecanismo de defensa primitivo que, en la vida moderna, solo nos produce mucho, pero mucho estrés.
De hecho, es una tendencia humana que nuestra identidad se fusione con lo que tenemos o con quienes estamos. Cuando soltamos, sentimos que una parte de quiénes somos se va con ello. Esto ocurre especialmente con relaciones largas o trabajos que definen nuestro estatus social.
Pero, ten presente que psicológicamente, no soltar es una forma de negación ante el dolor de la pérdida; y es triste porque muchos prefieren vivir en el drama de la resistencia que enfrentar el duelo que implica soltar y si las dos cosas duelen, entonces ¿Por qué no caer de una vez en lugar de estar guindando? Al menos así nos damos el espacio de recibir lo que nos conviene.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias de no soltar?
No soltar cobra una factura muy alta a nuestra salud física y mental. Para comenzar, la resistencia permanente genera un estado de alerta crónica que mantiene altos nuestros niveles de cortisol u hormona del estrés. Esto nos predispone a la ansiedad, la depresión y el insomnio; más esa tensión emocional y estrés crónicos generan a su vez otros trastornos orgánicos: problemas digestivos, dolores musculares y debilitamiento del sistema inmunológico. El cuerpo grita lo que la mente se niega a soltar.
Además, cuando estamos aferrados a lo que se fue, cerramos nuestros ojos y nuestra energía a las nuevas posibilidades. No vemos las oportunidades que llegan porque estamos demasiado ocupados viendo lo perdido.
El psicólogo y escritor Jorge Bucay insiste en que la dependencia emocional surge cuando una persona cree que el o lo otro es indispensable para su felicidad. Podemos sanar emocionalmente si logramos querer, valorar y apreciar a los demás sin pretender que nos pertenezcan.
El camino de la sanación: Confiar y Accionar
Aprender a soltar no significa ser indiferentes, sino practicar el desapego sano, que es la capacidad de amar o querer sin poseer. Por eso, acá les comparto lo que recomiendan los especialistas a los cuales consulté más alguito de mi experiencia personal para aprender a dejar ir:
- Practicar la aceptación radical: La aceptación no es resignación; es el primer paso para la acción. Repite mi mantra: «Esto ya es. Lo acepto y, ahora, ¿qué hago?» Deja de luchar contra la realidad.
- Fomentar la autoestima: El antídoto del apego es el amor propio. Cuando tu valor reside en ti, la pérdida externa duele, pero no te destruye. Invierte en tu salud mental y física, en tus talentos y en tus espacios de autonomía.
- Cambia el foco a la acción: En lugar de buscar los «porqués» del pasado, pon tu energía en el «para qué» del futuro. ACCIONA (mi palabra favorita). Pregúntate: «¿Qué debo hacer hoy para encontrar lo que de verdad me pertenece y me hará bien?»
- Desarrolla la Fe y la flexibilidad: Para quienes tenemos fe, se trata de confiar en el timing perfecto. Para todos, se trata de cultivar la flexibilidad mental. La vida es un río, no un estanque. Permítete fluir y entender que, a veces, los designios perfectos de la vida implican que algo termine para que algo mucho mejor pueda comenzar.
La vida se reacomoda, siempre. Y la mayor manifestación de madurez emocional es soltar las riendas, confiar en el camino y disfrutar de la maravillosa sorpresa de lo que vendrá.
No te llegas a acostumbrar a las perdidas …
Es totalmente válido y humano que, a pesar de los años y de haber pasado por múltiples experiencias de pérdida, la capacidad de sentir dolor no se agote. La frustración es una respuesta natural cuando sentimos que no tenemos lo que esperamos o que lo que creemos nuestro deja de serlo.
El duelo lastimosamente se recicla y el miedo a la incertidumbre es una carga que cada cierto tiempo nos saluda. A mis 54 años y después de haber acumulado una «mochila» de experiencias, les cuento que estas hacen que cada nueva pérdida o cada momento de incertidumbre se active el dolor de las anteriores. El duelo es como acumulativo, pero también la certeza que todo siempre pasa y sucede por algo mejor.
Cuando sientas que la angustia del futuro te abruma, concéntrate en los cinco sentidos de ese momento exacto: ¿Qué hueles? ¿Qué escuchas? ¿Qué sientes al tacto? Esto traerá a tu mente del futuro al único momento que puedes controlar: el ahora.
Esto es una paradoja poderosa: la única cosa que sabemos con certeza sobre el futuro es que es incierto. Al aceptar esa realidad como la «norma», le quitas poder a la expectativa de control. Tú ya has sobrevivido a un 100% de tus peores días; ese es el testimonio más grande de tu fortaleza ante lo desconocido.
«Todo se va decantando de manera perfecta y todo se reacomoda.» Tu propia historia es la prueba de esa premisa. Has llegado hasta aquí. La frustración y la angustia son huéspedes temporales; tu capacidad de reflexionar y buscar el bienestar es tu motor permanente.
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